Al otro lado del silencio

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I

Debió dolerte la sangre derramada
y el estupor,
el hondo hueco por donde se deslizara
la memoria de aquel instante desmesurado
y triste.
Debió dolerte la fragilidad de la vida,
la instantaneidad de la muerte,
la voluntaria mano que propiciara
todo este dolor posible.
Debió dolerte tu cadáver, súbitamente
plateado y muerto.

II

Tanto silencio de Dios sobre su tumba.
Tanta sangre después del sacrificio.
Tanta muerte…
Y apenas un instante.
Como un lobo al que ha golpeado el viento
en su guarida,
como un lobo aullaría a Dios,
si él oyera

III
El alarido rebotó entre los dientes,
escapándose.
Y agitó el aire en la superficie
del mar,
y rebotó en el agua como una piedra
redonda, multiplicándose,
y resonó al final como un estruendo,
como una ola gigantesca estrellándose
contra el acantilado.
Y tú no resucitaste.

Porque eso es estar muerto: no resucitar.

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