El alarido rebotó entre los dientes,
escapándose.
Y agitó el aire en la superficie
del mar,
y rebotó en el agua como una piedra
redonda, multiplicándose,
y resonó al final como un estruendo,
como una ola gigantesca estrellándose
contra el acantilado.
Y tú no resucitaste.
Porque eso es estar muerto: no resucitar.